Desafíos de nuestro sistema educativo, luego del Covid-19


Nadie puede negar los profundos cambios que dejará la pandemia del COVID-19 en nuestras sociedades una vez que termine. Tampoco podemos ignorar que este virus ha puesto a prueba a nuestras instituciones públicas, nuestro sistema económico, de salud, y por supuesto, nuestro sistema educativo. 

Dicho impacto debería llevarnos a reflexionar sobre algunos aspectos que caracterizan a nuestra educación pública y que convendría mejorar durante la etapa postpandemia. Sé que a lo mejor es demasiado pronto para hacer este tipo de valoraciones; sin embargo, hay elementos que deben considerarse en la marcha y que deberían repensarse. 

Ante la emergencia, ¿cómo ha sido la capacidad de respuesta de la escuela pública? ¿Con qué recursos, herramientas y asignaturas deberíamos contar o mejorar una vez termine esta situación de aislamiento? 

Analicemos el recurso humano. La edad promedio de las y los docentes en el sistema público, según esta investigación publicada en la UCR, es de 46 años. Podemos decir que contamos con una planta docente bastante madura. En el centro educativo donde me desempeño, por mencionar un ejemplo, solo dos docentes somos menores de 40 años, mientras que mis diez colegas restantes rondan los 50. En cuanto a la formación académica, un 71.74 % de las y los docentes cuentan con el grado de profesor, y sólo el 21.76 % tienen el grado de licenciatura, según el boletín estadístico N° 16 del año 2018 del Ministerio de Educación, MINED; mientras que los colegas que poseen un posgrado no llegan ni al 1 %. Podríamos interpretar, pues, que el nivel académico del magisterio nacional es bastante bajo, tomando en cuenta que los años de formación para optar por el título de profesor son solo tres. Si bien, el MINED cuenta con un Plan de Formación Docente orientado a formar especialistas en distintas áreas, dicho proceso no cuenta con una participación masiva de maestros. Tampoco se implementan capacitaciones para desarrollar habilidades tecnológicas e informáticas, como el manejo de programas educativos, herramientas tecnológicas, plataformas educativas, entre otras. El reto, en este caso, es renovar la planta docente y especializarla no sólo en las áreas disciplinares del programa, sino en el manejo de la tecnología como apoyo didáctico. 

Este año tuvimos dos excelentes oportunidades para que los maestros en edad de retiro se jubilaran y dieran espacio a maestros jóvenes. Lamentablemente, el ejecutivo vetó las reformas a la Ley de la Carrera Docente que impidieron que esto se pusiera en marcha. 

 En cuanto a las herramientas tecnológicas, la ministra Carla Hananía de Varela reportó hace algunos meses que los centros educativos que cuentan con internet son solamente el 25 %, y que su apuesta para este año será ampliarla al 52 %. Sin embargo, hasta el momento el MINED no cuenta con una plataforma virtual para el acompañamiento educativo en casa; mucho menos con un centro de cómputo o aula informática en las escuelas, pues sólo el 29 % de las instituciones cuenta con este recurso. ¿Se imaginan nuestro sistema educativo totalmente virtualizado? Esa ha sido una de las apuestas que pretende llevar a cabo el presente gobierno, y esperaría que comenzaran a implementarla lo antes posible. 

Otro reto por considerar es el desarrollo de competencias socioemocionales en nuestra comunidad educativa. Hasta la fecha, no he logrado identificar asignaturas ni contenidos en nuestros programas de estudio que nos orienten al fortalecer la empatía, el autocontrol, el trabajo colaborativo, la resolución de conflictos, entre otros. Edgar Morin, en su libro “Los siete saberes necesarios para la educación del futuro” nos plantea la necesidad de saber enfrentar las incertidumbres. La situación que estamos viviendo hoy en día genera zozobra, ansiedad, ¿no deberíamos saber gestionarla? ¿No convendría mejorar nuestra capacidad de abordar las problemáticas de nuestra comunidad desde una dimensión social y ética? Es perentorio, pues, reorganizar el currículo y adaptarlo para educar en convivencia e interdependencia social. 

Por otro lado, estamos siendo testigos de un resurgimiento maravilloso de la naturaleza: ríos, lagos y playas menos contaminadas, distintas especies salvajes en un espacio libre de la depredación humana, menos emisiones de CO2… la pregunta del millón es: ¿estamos educando para esto? Sería el momento oportuno para adecuar también nuestros programas educativos y comenzar a potenciar temas como la conservación y protección de la biodiversidad en nuestro entorno. 

Me parece urgente hacer estas y otras consideraciones sobre los cambios que se vienen y la forma de superarlos satisfactoriamente. Suponer que la vida, tal y como la conocemos, no cambiará luego de esta crisis sería totalmente ingenuo. Es de esperarse, por tanto, que para iniciar estos cambios se cuente con una mayor carga presupuestaria para el MINED para el próximo año fiscal. 

En el Plan Educativo Cuscatlán, afortunadamente, hay cabida para estas y otras reformas, puesto que sus prioridades son: la dignificación docente; la pertinencia pedagógica y curricular holística; el fortalecimiento de la gestión instituciona; innovación de la legislación educativa; y tecnologías e innovación educativa. Para finalizar, pienso que esta cuarentena debería ser vista como una oportunidad para reflexionar y hacer de nuestra escuela pública un espacio más efectivo para el aprendizaje, o incluso, ir un poco más allá e involucrar a la televisión y radio estatal para que vuelvan a ser un poco más culturales y educativas. 

Esperemos que cuando la emergencia termine, las autoridades del MINED hagan esta misma reflexión y sienten las bases para iniciar con estos y otros cambios pertinentes para la educación de la niñez y juventud salvadoreña.

Texto publicado en Disruptiva.

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