La Casa del Escritor, nuestra casa

Tenía intensiones de publicar esta entrada hacía más de un año, pero siempre dejé que se maduraran las ideas y aclarar las emociones. Ahora quiero decir qué es La Casa del Escritor, qué fue o lo que debería ser, al menos, al momento de la descentralización.

Ingrid ya dio su opinión aquí. La Casa era en realidad eso: un grupo de personas relativamente muy diferentes que llegaron a compartir una gran pasión: escribir. El Gran Secreto de los asistentes de La Casa del Escritor era ese: no había secreto. Eran personas que les encantaba escribir, hablar de películas, de libros, de historia, comer boquitas, llevar gaseosa y esperar a que se hicieran las seis (cuando ya en los Planes de Renderos hace frío y se llena de neblina) para regresar a sus casas.

Rafael Menjívar Ochoa no era nuestro profesor, mucho menos nuestro maestro, sino un Old man on the road, un facilitador y a veces hasta un consultor. El talento de los integrantes era importante, pero ese talento debía ser guiado y cada uno debíamos (debemos) trabajar nuestra apuesta literaria sin darnos pajística, sino siendo cruel con uno mismo, con los textos y tratar de verlos maduramente, pensando no en una unidad, sino en nuestra historia literaria.

En La Casa aprendí a verme a mí mismo, a ver las fortalezas y oportunidades de mis textos y a ver también mis errores. A tener madurez literaria. A descifrar a Los Grandes. A aprender de ellos. A disfrutarlos. A ser feliz.

La interacción, las ganas, la disciplina han hecho que varios compañeros ya sean reconocidos. Yo todavía estoy trabajando, trabajo mi apuesta, mis textos, mis ideas. No me importa esperar hasta los 99 años para la publicación de un libro. Ese libro sin lugar a duda será el mejor en los últimos años.

Me siento orgulloso por el nuevo ciclo que comienza La Casa. Feliz por conservar a los amigos que conocí. Seguro que todo cambio viene para bien.

Larga vida a La Casa. Larga vida a los amigos. Larga vida a los buenos textos.

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