Insomnio

Tuvo uno bueno. Le vino de golpe, como chispazo. Por más que se revolvía le permanecía aferrado, como una chinche. Tuvo dolores en el cuello y fuertes ataques de migraña. Pero no así tan pesados como los de esa ocasión. Se la pasaba leyendo, o trabajando en algún libro cuando el malestar se lo permitía. Otras veces sólo miraba hacia al suelo y repetía una letanía irreverente.
Ayer en la noche se fue al cementerio de al lado. Cavó una zanja profunda y se abandonó. Se le durmieron las piernas, luego las manos, después la cara, por último el cerebro. Se quedó así, rígido, tiezo, con los brazos extendidos pegados a su cuerpo. Se le cruzó la idea de abrir los ojos para ver si el insomnio rondaba todavía. Pero ya no era necesario. Esa fue la primera noche en la que pudo al fin descanzar en paz.

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