Sobre proyectos y proyecciones

 


Hace un par de meses, Josué R Álvarez escribió esta reseña sobre mi primer libro de cuentos. Me tomó por sorpresa porque uno nunca espera que hagan reseña de sus proyectos, y menos que el reseñista sea un escritor de otro país. Me resultó conmovedor leerla porque, por lo general, los lectores exigentes encuentran siempre detalles, signos, o situaciones dentro de las historias que uno, como narrador, no tiene conciencia plena al momento de armarlas. En este caso, varios de esos relatos conectaron muy fuerte con Josué. También Walter Meléndez, quien vive en Estados Unidos, escribió esta otra entrada que igualmente agradezco, porque rescata lo que intento hacer día a día en este oficio de ficcionar: ser honesto con lo que escribo.

Ambos comentarios me hicieron pensar en cómo fue concebido el proyecto Soft Machine, y en el recorrido que tuvieron que pasar varios de estos textos para que se transformaran en un pequeño libro de historias cortas. Muchos de ellos no tenían patas ni cola hace 10 o 12 años. Poseía algo así como una suerte de colección de inicios, pero no tenía idea de cómo continuar esas historias y, cuando las continuaba, me daba cuenta de que lo que seguía no tenía ningún sentido, no latía, no vivía, porque la verdadera historia no saltaba para golpearme la cara. Tuvieron que pasarme muchos libros encima, estrellarme con la vida, y acostumbrarme a la insistencia en el proceso, este oficio no es otra cosa más que eso, para que algo se desenrollara con toda plenitud en mi interior y se reflejara en esos textos. No paré de buscar. No paré de volver a escribir. Y me di cuenta de que mucho de este rollo se trata precisamente de eso.

No fue hasta el confinamiento que me dejé atrapar por la telaraña de ficcionar. Leí mucho más de lo que acostumbraba, porque tenía tiempo de sobra. Aprendí a leer como en el oficio se debe, para que la mayoría de esos relatos (Mutilaciones, Nunca es demasiado lejos para el amor, Simbiosis, por mencionar algunos) pasaran del primer párrafo a cobrar su forma definitiva. Otros textos, como los del apartado Extravíos, habían madurado un poco más rápido y llevaban un buen tiempo editándose. También, por esas fechas, comencé a leer todo lo relacionado a la ficción especulativa, que ya conocía gracias a Poe y Lovecraft, y que se veía reflejado en la Claudia Hernández de sus inicios (las Antologías del cuento extraño de Walsh llegaron a través de un buen amigo). Necesitaba golpearme con esos ambientes, con ese tipo de personajes y de situaciones inusuales que desenterraban lo perturbador de la vida y que, sencillamente, hacían que me volara la cabeza no puedo describirlo de otro modo. Ya lo decía Ítalo Calvino: “Los buenos libros son siempre campos magnéticos de cuya atracción no se puede huir”.

Por supuesto, en el proceso, también están los cheros: esos que pueden, desde recomendarte una lectura, hasta meterte a editar narrativa emergente, como me sucedió con el buen licenciado Lunde y la Trichinobezoar Prods, a quienes aprecio mucho, porque, cuando uno lee como editor, aprende a leer con un criterio más severo, como intento emular en los volúmenes de Pantógrafo Editores

Decía Rafael Menjívar Ochoa que el secreto de todo este rollo es que no hay secreto: sólo lecturas, mucha disciplina, y terquedad en abundancia. Los atajos no existen, pero sí una serie de estrategias que cada uno debe construirse (las recetas varían según la persona) y estoy en eso. 

Samanta Schweblin, en una entrevista que leí hace poco, decía que “un texto es una pista de indicaciones para hacer un determinado recorrido sentimental”. Me gusta esa idea de juego, como si de armar la estructura de una montaña rusa se tratara. Espero que, una vez esté listo, pueda compartir un proyecto que va encaminado en ese sentido.

Comentarios

Mario Zetino ha dicho que…
Muchas gracias por compartir parte del proceso de tu libro. Coincido: escribir nobes fácil. Pero ¡es tan chivo!

De tu libro, mi cuento favorito es "Simbiosis".

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