Excusas para sentirse bien | Notas de la escuela
Cuando vi a los ojos de Roxana vi que de verdad tenía miedo. Gaby y Karen estaban a su lado, intentando abrazarla, pero Roxana estaba tan metida en su pupitre que tuve que acercarme y darle una palmadita en el hombro. "¿Qué le pasó?" le pregunté, haciéndome el ingenuo, pero uno sospecha, siempre sospecha lo que de verdad le sucede a sus estudiantes.
La historia es siempre la misma: amenazas de muerte, abandono de estudios, el extranjero como destino inminente.
Me limité a decirle que contaba con mi apoyo (si de algo sirve el apoyo de un profesor interino en uno de los municipios más violentos del país), y que si en algo podía ayudarle, que me lo dijera, que lo haría con gusto, pero Roxana sólo movió la cabeza y me soltó un "gracias profe" de pura cortesía.
"Lo bueno es que te vas a reunir con tu mamá", le dijo Gaby. Karen, aún más dura, intentaba decir algo, pero se atragantaba con las palabras.
El resto del año el número 40 siguió vacío en mi lista de asistencia. No fue el único. El listado terminó con cinco espacios vacíos.
A mediados de septiembre, Karen se me acercó y me dijo: "Profe, Roxana ya llegó a Italia". "Ah, qué bueno" le digo, sin sentirme satisfecho. "Ojalá se sienta mejor allá", comenté. "Sí" dijo Karen, "Se va a conseguir un novio italiano". "Ojalá" le digo yo, y ambos nos quedamos callados.
La verdad, no encontramos otra excusa para sentirnos bien por ella. Uno tiene que encontrar excusas para sentirse bien en estos casos, y si no, inventárselas.
Apopa 2015
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