Crónica desde Sol General - El Salvador versus República Dominicana

El fútbol es opio. Esos 90 minutos hacen evadir mi realidad de desempleado, mantenido, amargado y luchador. Esa alegría falsa hace latir al unísono millones de corazones que se sienten representados por once jugadores y un técnico uruguayo que, dicho sea de paso, es el mejor que hemos tenido hasta hoy.


El típico tipo se retoca para su cita con el partido

Hinchas que se alborotan cuando ven pasar a una mujer. Su forma de comunicarlo es gritar "culo", "culo", "culo".

Vivir un partido en el Vietnam es algo de lo que ya he hablado aquí. Muy diferente (o igual, todavía no me ubico) es vivirlo cuando este sector popular es Azul y se aglomeran aficionados de todos los equipos de primera y segunda división. Donde hay diferentes cantos y distintas concepciones de juego. Sol General es anarquía. Sol General es una selva donde gana el más fuerte o el que mejor se esconde. Donde se moja el que no tiene suerte. Donde se salta aunque no se quiera. Donde se tiene que gritar, so pena de ser arrojado de la grada o recibir un baño de agua caliente.


Los niños también van al sector popular


Este amigo trajo a su madre para que no se la recordaran

La afición cuscatleca no íba a desaprovechar esta oportunidad. Enfrentar a un rival como República Dominicana significaba salir del estadio con una victoria segura, contento, ebrio de felicidad. Ver a Fito Zelaya sería una gran cosa. Mirar de cerca a Arturo Álvarez y a Steve Purdy todavía más.

Minutos antes del partido la Barra Azul ya calentaba gargantas, ya estaban los primeros mojados, las primeras mujeres manoseadas, los primeros porros encendidos, los primeros ebrios: todo lo imaginable en un bacanal.

El partido comienza y el estadio ruge. Se escuchan cantos, bombos. A cada jugada, a cada aproximación, la gente se levanta, aplaude, llora, gesticula. A cada desacierto del rival, rechiflan. Se vive un primer tiempo intracendente en el marcador, con un claro dominio cuscatleco. Los aficionados lo percibimos. Durante el entretiempo la gente se desquitaría comprando cervezas y hotdogs. 


La afición de espalda cuando suena el himno nacional del rival



La barra azul haciendo su aparicón. 


Inicia la segunda parte del partido. La olla de presión se rompe cuando, a través de una asistencia de Jaime Alas, Fito Zelaya logra concretar el primer gol de lujo. "¡Al fin!", me dice el tipo que tengo a mi lado. "¡Al fin! Yo sabía que Fito haría el primero de los goles". La gente se emociona, y comenzamos a imaginar una  avalancha de pelotas entrando en la portería de Miguel Lloyd.
 
Entonando las notas del himno nacional de El Salvador

Minutos después, Cristian Benítez sumaría la cuenta a dos. La alegría volvió a estallar. Los aficionados nos abrazábamos entre sí sin si quiera conocernos. Al otro lado se podía ver a Israel dando saltos de júbilo. Era una algarabía sobrenatural. Algunos arrojaron cerveza, paletas, vasos, cachuchas por los aires. Pero poco duraría la celebración. Dos minutos después Joan Cruz descontaría para los caribeños con un tiro raso que ni la barrera ni Juanjo Gómez se esperaban. El silencio fue sepulcral. Ganábamos pero ese gane todavía estaba a tiro de empate.

Zelaya marcaría el tercero al minuto 77 vía penal. La gente respiraba, aliviada. Era lo que el partido merecía, pero Domingo Peralda pondría en aprietos a la Azul con un gol al minuto noventa desde un claro fuera de lugar que pudo ver todo el sector de sol, menos el árbitro asistente. Esos diez minutos finales le dieron mal sabor de boca a la afición; nos miramos unos a otros, desconcertados. Dominicana lució de veras peligrosa, pero cuando el central pitó el final los aficionados terminaron conformes al fin. Habíamos ganado y logramos tres puntos en casa. No nos podíamos quejar.

"Al menos no perdimos", me dijo un amigo, mientras salíamos en tropel y los aficionados de las gradas de arriba comenzaban a lanzarnos cosas. "Todos esperábamos una goleada", le dije. "Que nos quede de lección-me contestó él-nunca hay que meterle cinco goles a un equipo antes de iniciar un partido".

En ese preciso instante, cuando salíamos por la puerta grande y luego de pasar noventa minutos con suerte en la grada, recibí una bolsa con líquidos extraños en la cara.

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