Sobre Los lugares que abandonamos

         

Pintura de David Hernández Pereira

        Ayer participé de la premiación de la Cuarta Edición del Premio Nacional de Literatura de la Universidad de El Salvador, edición que gané en la rama de cuento con un material que venía trabajando desde finales de 2020. El material, titulado Los lugares que abandonamos, habla precisamente de la violencia y el abandono desde diferentes perspectivas (algunas de ellas un tanto retorcidas). Es un material que se ha venido puliendo gracias a lecturas y sugerencias de amigos, pero sobre todo, gracias al infalible consejo del tiempo (lo que me procuró cierta tranquilidad al momento de enviarlo al certamen). Comparto el discurso que leí durante la premiación. Espero que, a mediados de 2024, pueda tener esta publicación en mis manos.


Ciudad Universitaria, viernes 08 de diciembre de 2023

 

No soy más que un narrador que divide su tiempo en trabajar sus proyectos literarios y dar clases en una escuela. Voy a ser honesto: intento sobrevivir escribiendo en medio de un mar de evaluaciones que no van a calificarse solas. Eso sí, trato de ponerle empeño a cada uno de mis proyectos. Intento ser, como decía Julio Ramón Ribeyro, fiel a mí mismo en el intento por producir algo que me satisfaga.

Creo que escribir es algo así como cortar rocas: es una cuestión de sensibilidad y paciencia. Si uno hace un poco de fuerza excesiva, se puede arruinar todo. Hay que saber golpear en el lugar indicado. Hay que ser paciente, saber sentir y observar, no sólo afuera, sino también adentro. Dijo alguna vez José Luis Sampedro: “uno escribe a base de ser minero de sí mismo”, y creo que es la mejor forma de definir lo que todos aquí hacemos. Escribir es como extraer pepitas de oro desde muy dentro de uno: es un ejercicio de recordación, de memoria, de imaginación, que requiere tiempo y energía. Escribir es llegar al centro de uno mismo.  Por supuesto, sería hermoso que hubiesen más lectores con quienes compartir este ejercicio de memoria e imaginación. Muchos cuentos de Jack London hablan precisamente de esto: en sus historias, los personajes que son incapaces de imaginar, están condenados a morir. A lo mejor, la Literatura sea inservible en el sentido más utilitarista de la palabra, pero es imprescindible para poder vivir como seres humanos, vivir desde el asombro, desde el transitar por otras vidas, ser de vez en cuando “el otro”, el dopplegänger, y emocionarnos con el dolor, la risa, el misterio, la felicidad o el tormento en el que nos vemos reflejados. Decía José Emilio Pacheco que no leemos a otros: nos leemos en ellos. La lectura es también relación, comunión con ese otro que existió, con el que tenemos adentro, con el que aún no nace. Escribimos, quizás, para no dejar de soñar, para no olvidar, para dejar un registro de que estuvimos vivos, y en ese sentido, reitero mi placer por compartir este ejercicio de imaginación y memoria con otros.

La Literatura, pues, nos mantiene humanos, nos mantiene vivos; sin embargo, hacen falta cada vez más lectores en El Salvador. Eso es algo que tampoco podemos negar. Lucho contra esto a diario desde un salón de clases. Luchamos desde la academia por las condiciones que un día exigió Alberto Masferrer en su ensayo Leer y escribir, publicado hace más de cien años. Hoy en día, hacen falta más bibliotecas escolares (sólo 2 de cada diez escuelas públicas tiene una biblioteca en El Salvador), hacen falta más maestras y maestros comprometidos con la enseñanza apasionada de la lectura (algo que desde Pantógrafo Editores he intentado promover desde el año pasado). Hacen falta más asignaturas en los planes de estudio universitarios que aborden directamente la Lectura y la Redacción en todas las carreras, no sólo en Letras o Periodismo. Hacen falta más espacios dedicados a las artes, como esta Pinacoteca, más Certámenes como este, que impulsa la Universidad de El Salvador a través de la Editorial Universitaria, gracias a la iniciativa del poeta Luis Borja (QDDG), a quienes agradezco infinitamente el esfuerzo. Pero, en primer lugar, agradezco especialmente a mi esposa Ruth por su incondicional apoyo: ninguno de mis proyectos existiría si no fuera por tu apoyo y paciencia. Agradezco a mis padres, a mi hermano, a mis hijos, a mis amigos aquí presentes, a las autoridades universitarias y a quienes comparten este mismo sentir. Napoleón Rodríguez Ruiz, quien una vez dijo que la Cultura es la que contribuye a abrir los caminos de la Libertad, sabía perfectamente de lo que hablo. Apostemos, pues, por más Arte, por más Literatura. 

Hacia la Libertad por la Cultura.

                                                                                                                    Gracias.

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