11 03 22

Me siento muy feliz porque acabo de terminar la escaleta uno y dos de mi novela. El capítulo uno está listo y voy a medias por el capítulo dos. Me falta la escaleta del capítulo 3 que espero escribir la próxima semana. Los viernes, como este, son días buenos porque tengo tiempo para leer y escribir, a excepción de un par de clases que debo dar en las tardes. Se me estaba ocurriendo que, eventualmente, podría abandonar el Liceo una vez me pase al INAM. Se me ocurre que puedo trabajar ahí por las mañanas y conseguir, eventualmente, unas horas clase durante la tarde, sólo unas horas nada más. La presión y el ritmo serían soportables y tendría más tiempo para leer y escribir, que es, al final de cuentas, lo que quiero y necesito. Quizá eso se materialice dentro de dos años o tres. Sin embargo, lo comienzo a considerar desde ya. 

Este año tendré que tomar una actitud diferente: hay ciertas cosas que deben comenzar a valerme verga. Ya no estoy en edad para andar con prisas, corriendo, intentando llegar antes de la hora establecida, mordiéndome las uñas. Ya no estoy para esas carreras. Tampoco estoy para andar pendiente de lo que los otros piensen de mí, por preocuparme de proyectar una imagen pulcra y súper profesional. La verdad es que me vale. Quiero estar relax todo el tiempo y hacer lo que me ronque la gana. Lo único que realmente me interesa es leer y escribir. Quiero sentirme en total libertad para hacer lo que me gusta. Quiero relajarme. Mi mente y cuerpo me lo agradecerán.

Por lo demás, todo está bien. Mi familia está bien. Ruth está bien. Ricardo Gabriel está en el Liceo Salvadoreño y como él es talentoso e inteligente, no le está yendo mal. Mi niña, María José está feliz por estar con sus compañeras de octavo. Eunice también está muy bien. No hay nada qué lamentar.

Mi familia y escribir me mantienen a flote en este mundo, me mantienen contento, a salvo, feliz.

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